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lunes, 1 de agosto de 2011

LA VIDA DE SAN ALFONSO Escrito por el Redentorista Daniel Martinez

Alfonso María de Ligorio

LA VIDA DE SAN ALFONSO
Video de La Muerte del Santo :
http://www.youtube.com/watch?v=Gv7KO0ap4zw

Video de Benedicto XVI dedica la audiencia general a San Alfonso María de Ligorio,.
http://www.youtube.com/watch?v=7wNArN8Bx-Q&feature=player_embedded



ACONTINUACION EL TEXTO DEL VIDEO de Benedicto XVI dedica la audiencia general a San Alfonso María de Ligorio,.

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 30 de marzo de 2011 (ZENIT.org /CCSG).- Catequesis del Papa Benedicto XVI, continuando el ciclo de catequesis sobre los Doctores de la Iglesia, en la audiencia general celebrada en la Plaza San Pedro.
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Queridos hermanos y hermanas,

hoy quisiera presentaros la figura de un santo Doctor de la Iglesia al que debemos mucho, ya que fue un insigne teólogo moralista y un maestro de vida espiritual para todos, sobre todo para la gente humilde. Es el autor de la letra y de la música de uno de los villancicos navideños más famosos de Italia:Tu scendi dalle stelle, además de otras muchas cosas.

Perteneciente a una familia napolitana noble y rica, Alfonso María de Ligorio nació en 1696. Dotado de grandes cualidades intelectuales, con tan solo 16 años se graduó en derecho civil y canónico. Era el abogado más brillante del foro de Nápoles: durante ocho años ganó todas las causas que defendió. Sin embargo, su alma tenía sed de Dios y estaba deseosa de la perfección, así el Señor le hizo comprender que era otra la vocación a la que lo llamaba. De hecho, en 1723, indignado por la corrupción y la injusticia que viciaban el ambiente que lo rodeaba, abandonó su profesión -y con ella la riqueza y el éxito- y decide convertirse en sacerdote, a pesar de la oposición paterna. Tuvo maestros excelentes que lo introdujeron en el estudio de las Sagradas Escrituras, de la Historia de la Iglesia y de la mística. Adquirió una amplia cultura teológica, que comenzó a dar fruto cuando, algunos años después, comienza su labor de escritor. Fue ordenado sacerdote en 1726 y se entregó, para el ejercicio de su ministerio, a la Congregación diocesana de las Misiones Apostólicas. Alfonso inició la evangelización y la catequesis entre los estratos más bajos de la sociedad napolitana, a la que gustaba predicar, y a la que instruía en las verdades fundamentales de la fe. No pocas de estas personas, pobres y modestas, a las que se dirigió, a menudo se dedicaban a los vicios y realizaban acciones criminales. Con paciencia les enseñaba a rezar, animándolas a mejorar su modo de vivir. Alfonso obtuvo resultados excelentes: en el barrio más miserable de la ciudad se multiplicaban los grupos de personas que, al caer la tarde, se reunían en las casas privadas y en los talleres, para rezar y meditar la Palabra de Dios, bajo la guía de un catequista formado por Alfonso y por otros sacerdotes, que visitaban regularmente a estos grupos de fieles. Cuando, por deseo expreso del arzobispo de Nápoles, estas reuniones comenzaron a celebrarse en las capillas de la ciudad, estas tomaron el nombre de “capillas nocturnas”. Esto fue una verdadera y propia fuente de educación moral, de saneamiento social, de ayuda recíproca entre los pobres: esto puso fin a robos, duelos, prostitución hasta casi desaparecer.

Aunque si el contexto social y religioso de la época de san Alfonso era muy distinto del nuestro, las “capillas nocturnas” son un modelo de acción misionera en el que nos podemos inspirar también hoy para “una nueva evangelización”, particularmente de los más pobres, y para construir una convivencia humana más justa, fraterna y solidaria. A los sacerdotes se les ha confiado un deber de ministerio espiritual, mientras que los laicos bien formados pueden ser eficaces animadores cristianos, auténtica levadura evangélica en el seno de la sociedad.

Después de haber pensado irse para evangelizar a los pueblos paganos, Alfonso, a la edad de 35 años, entró en contacto con los agricultores y pastores de las regiones interiores del Reino de Nápoles, y estupefacto por su ignorancia religiosa y el estado de abandono en el que estaban, decidió dejar la capital y dedicarse a estas personas, que eran pobres espiritual y materialmente. En 1732 fundó la Congregación religiosa del Santísimo Redentor, que puso bajo la tutela del obispo Tommaso Falcoia, y de la que se convirtió en el superior. Estos religiosos, dirigidos por Alfonso, fueron auténticos misioneros itinerantes, que llegaron incluso a los pueblos más remotos, exhortando a la conversión y a la perseverancia en la vida cristiana sobre todo por medio de la oración. Todavía hoy, los redentoristas, esparcidos por tantos países del mundo, con nuevas formas de apostolado, continúan esta misión de evangelización. Pienso en ellos con reconocimiento, exhortándoles a ser siempre fieles al ejemplo de su Santo Fundador.

Estimado por su bondad y por su celo pastoral, en 1762 Alfonso fue nombrado obispo de Sant’Agata dei Goti, ministerio que, dejó en 1775 por causa de las enfermedades que sufría, por concesión del Papa Pío VI. El mismo Pontífice, en 1787, exclamó, al recibir la noticia de su muerte, que se produjo con mucho sufrimiento, exclamó: “¡Era un santo!”. Y no se equivocaba: Alfonso fue canonizado en 1839, y en 1871 es declarado Doctor de la Iglesia. Este título se le concede por muchas razones. Antes que nada, porque propuso una rica enseñanza de teología moral, que expresa adecuadamente la doctrina católica hasta el punto de ser proclamado por el Papa Pío XII como “Patrón de todos los confesores y moralistas”. En su época, se difundió una interpretación muy rigurosa de la vida moral, quizás por la mentalidad jansenista, que antes que alimentar la confianza y esperanza en la misericordia de Dios, fomentaba el miedo y presentaba un rostro de Dios adusto y severo, muy lejano al revelado por Jesús. San Alfonso, sobre todo en su obra principal titulada Teología Moral, propone una síntesis equilibrada y convincente entre las exigencias de la ley de Dios, esculpida en nuestros corazones, revelada plenamente por Cristo y interpretada con autoridad por la Iglesia, y los dinamismos de la conciencia y de la libertad del hombre, que en la adhesión a la verdad y al bien, permiten la maduración y la realización de la persona. A los pastores de almas y a los confesores, Alfonso recomendaba ser fieles a la doctrina moral católica, asumiendo al mismo tiempo, una actitud caritativa, comprensiva, dulce para que los penitentes se sintiesen acompañados, sostenidos, animados en su camino de fe y de vida cristiana. San Alfonso no se cansaba nunca de repetir que los sacerdotes son un signo visible de la infinita misericordia de Dios, que perdona e ilumina la mente y el corazón del pecador para que se convierta y cambie de vida. En nuestra época, en la que son claros los signos de pérdida de la conciencia moral y -es necesario reconocerlo- de una cierta falta de estima hacia el Sacramento de la Confesión, la enseñanza de san Alfonso es todavía de gran actualidad.

Junto a las obras de teología, san Alfonso compuso muchos otros escritos, destinados a la formación religiosa del pueblo. Es estilo es simple y agradable. Leídas y traducidas en numerosas lenguas, las obras de san Alfonso han contribuido a plasmarla espiritualidad popular de los últimos dos siglos. Algunas de estas son textos que aportan grandes beneficios todavía hoy, como Máximas Eternas, Las Glorias de María, Práctica de amor a Jesucristo, obra -esta última- que representa la síntesis de su pensamiento y de su obra maestra. Insiste mucho en la necesidad de la oración, que permite abrirse a la Gracia divina para cumplir cotidianamente la voluntad de Dios y conseguir la propia santificación. Con respecto a la oración escribe: “Dios no niega a nadie la gracia de la oración, con la que se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, replico y replicaré siempre, durante toda mi vida, que toda nuestra salvación está en el rezar”. De aquí su famoso axioma: “Quien reza se salva” (“Del gran Medio de la Oración y opúsculos afines”. Obras Ascéticas II, Roma 1962, p. 171). Me viene a la mente, a este propósito, la exhortación de mi predecesor, el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II: “nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración‘” “Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (Carta Apostólica Novo Millenio ineunte, 33 y 34).

Entre las formas de oración aconsejadas fervientemente por san Alfonso, destaca la visita al Santísimo Sacramento o, como diríamos hoy, la adoración, breve o prolongada, personal o comunitaria, ante la Eucaristía. “Ciertamente -escribe Alfonso- entre todas las devociones esta de adorar a Jesús sacramentado es justo después de los sacramentos, la más querida por Dios y la más útil para nosotros… ¡Oh, qué bella delicia estar delante de un altar con fe… presentando nuestras necesidades, como hace un amigo a otro con el que se tiene total confianza!” (“Visitas al Santísimo Sacramento, a María Santísima y a San José correspondientes a cada día del mes”. Introducción). La espiritualidad alfonsiana es, de hecho, eminentemente cristológica, centrada en Cristo y en su Evangelio. La meditación del misterio de la Encarnación y de la Pasión del Señor son frecuentemente objeto de su predicación. En estos eventos, la Redención es ofrecida a todos los hombres “copiosamente”. Y justo porque es cristológica, la piedad alfonsiana es también exquisitamente mariana. Muy devoto de María, Alfonso ilustra su papel en la historia de la salvación: socia de la Redención y mediadora de gracia, Madre, Abogada y Reina. Además, san Alfonso afirma que la devoción a María nos confortará en el momento de nuestra muerte. Estaba convencido que la meditación sobre nuestro destino eterno, sobre nuestra llamada a participar para siempre en la beatitud de Dios, así como la posibilidad trágica de la condenación, contribuye a vivir con serenidad y compromiso, y a afrontar la realidad de la muerte conservando siempre la confianza en la bondad de Dios.

San Alfonso María de Ligorio es un ejemplo de pastor celoso, que ha conquistado las almas predicando el Evangelio y administrando los Sacramentos, combinado con un modo de hacer basado en una bondad humilde y suave, que nacía de la intensa relación con Dios, que es la Bondad infinita. Tuvo una visión realista y optimista de los recursos del bien que el Señor da a cada hombre y dio importancia a los afectos y a los sentimientos del corazón, además de la mente, para poder amar a Dios y al prójimo.

En conclusión, quisiera recordar que nuestro santo, análogamente a San Francisco de Sales -del que hablé hace alguna semana- insiste en decir que la santidad es accesible a todos los cristianos: “El religioso por religioso, el seglar por seglar, el sacerdote por sacerdote, el casado por casado, el comerciante por comerciante, el soldado por soldado, y así hablando en todos los estados” (Práctica de amor a Jesucristo. Obras ascéticas I, Roma 1933, p. 79). Agradezcamos al Señor que, con su Providencia, suscita santos y doctores en lugares y tiempos diversos, que hablan el mismo lenguaje para invitarnos a crecer en la fe y a vivir con amor y con alegría nuestro ser cristianos en las sencillas acciones de cada día, para caminar en el camino de la santidad, en el camino hacia Dios y hacia la verdadera alegría. Gracias.
[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

LA VIDA DE SAN ALFONSO
Escrito por el Redentorista Daniel  Martinez

El Nacimiento

        Alfonso María de Ligorio nace en Nápoles, el 26 de septiembre de l696 -escritor, poeta, músico, Obispo, Doctor de la Iglesia, y Patrono de los Confesores y Moralistas-  Sus padres: Ana María Cavalieri y José, de la nobleza napolitana, capitán de la flota naval.
        Su condición de hijo primogénito de la aristocrática familia de Ligorio hizo que su futuro estuviese determinado de antemano por la voluntad de su padre, quién consideró que la carrera de abogado para su hijo era la más conveniente para aumentar la dignidad de la familia.

 

Joven Abogado


        Comenzó a estudiar derecho de muy temprano. A los 16 años recibe la toga de abogado tanto en derecho civil como canónico. Desde entonces comienza a frecuentar los tribunales, su trabajo es lúcido y respetado.
        Pero la sociedad de Nápoles en la que le toca vivir tiene sus sombras. La nobleza de la que forma parte la familia Ligorio vive de la ostentación, de los títulos, de las fiestas, de los vestidos. A Alfonso le toca moverse en este ambiente, tiene que hacer vida de sociedad, en donde la apariencia es la carta de presentación. No faltan los negocios de su padre buscando para su hijo un matrimonio ventajoso. Pero Alfonso conoce otros ambientes. Estos, y no aquellos, son los que decidirán el rumbo de su vida.

 

Un Fracaso Fecundo


        Un acontecimiento en su vida en tribunales fue el que torció definitivamente el rumbo de la vida de San Alfonso. Desde hacía tiempo trabajaba en un pleito entre dos familias por la posesión de un municipio. Estudió cuidadosamente el asunto y defendió su causa con la certeza de que el derecho estaba de su lado... pero el tribunal falla en su contra, en razón de unos documentos arreglados de antemano. San Alfonso siente la bofetada del engaño; en su desazón abandona los tribunales repitiéndose interiormente: "¡Mundo, te conozco! ¡... Adiós, Tribunales!”
        Su decisión de abandonar el ejercicio de la abogacía es firme. Se encierra en su cuarto y no quiere atender razones. Comienzan entonces los enfrentamientos con el carácter duro de su padre y la resistencia a sus lágrimas. San Alfonso no retrocede, rechaza una y otra vez nuevos pleitos e invitaciones a fiestas de la nobleza.
 

Sacerdote


        Una tarde decide visitar a los enfermos del hospital. Sobre sus hombros quedaba una pregunta a responder: ¿Qué hacer de ahora en más? Es entonces que, mientras recorría el hospital, siente en su interior una voz que le dice: “Deja el mundo y entrégate a mí”. Vuelve a su casa y de nuevo escucha la misma voz. San Alfonso no se resiste: ¡Dios mío, aquí estoy, haz de mí lo que quieras!.
        A los pies de la Virgen de La Merced se reafirma en su decisión: seré sacerdote. Y como signo de ello deposita a los pies de la Virgen y su Hijo su espada de caballero.
 El 21 de diciembre de 1726 San Alfonso es consagrado sacerdote en Nápoles, tenía 30 años. Desde ese momento San Alfonso se da enteramente a su ministerio, sobre todo al de la predicación. Predica sencillo, al alcance de todos. Para ser entendido incluso por los más ignorantes; era su regla de oro.
        Dos amores lo sacan de sí al predicar: su amor a Cristo crucificado y su amor a los más pobres.
        Ejercita la misericordia administrando el sacramento de la confesión. San Alfonso había sido formado en una moral basada en el rigor, con la cual muchos sacerdotes negaban la absolución a los penitentes. Su contacto con los pobres y pecadores lo va formando en una nueva actitud para con ellos. Siempre los trata tiernamente en la conciencia de que Cristo ha muerto en la cruz por cada uno de ellos. En su ancianidad recordará no haber despedido a ninguno sin haberle dado la absolución.
        Con los ‘Lazzaroni’, los hombres peor vistos de la ciudad de Nápoles y abandonados de atención pastoral, crea ‘las capillas del atardecer’. Su nombre se debe a que las reuniones son al atardecer, cuando las actividades laborales terminan. Sus lugares de reunión para la catequesis, el sacramento de la reconciliación y la oración son las plazas, galpones o talleres en donde trabajaban.
        Como el ritmo de trabajo de San Alfonso es duro. Sus fuerzas se debilitan hasta caer enfermo. Se retira a descansar a las montañas en la ciudad de Scala. Allí se encuentra con el rostro de tantos campesinos abandonados que no conocen el evangelio, pastores rudos en materia de fe por la escasa atención pastoral; ya que el clero se concentraba en las grandes ciudades. Su tiempo de descanso se convirtió en una continua y fructuosa misión.


Fundador de los Misioneros Redentoristas

 
        San Alfonso vuelve a Nápoles con la decisión de responder más plenamente a esa realidad de los campesinos abandonados. Sin mucha claridad interior va madurando la idea de fundar una congregación misionera exclusivamente al servicio de los más abandonados para predicarles el Evangelio.
        La fundación se hace realidad el 9 de noviembre de 1732, San Alfonso funda la Congregación del Santísimo Redentor [C.Ss.R.] - Más conocidos como Misioneros Redentoristas -
        Las misiones duran al menos 15 días, en los que se pretende iniciar al pueblo cristiano en la meditación y la oración en torno a las verdades de nuestra fe: la Encarnación, la Pasión de Jesús, la confianza en la mediación de María Santísima. San Alfonso tenía muy claro el fin de las misiones: la conversión de los pecadores, motivados por el amor y no por el terror al castigo del infierno (método muy usado por entonces),


  Cercanía con los Pobres
 
        San Alfonso no sólo quiso ‘llegarse’ a los más abandonados por medio de las misiones. Quiso ‘quedarse’ entre ellos, hacer su casa entre los pobres. San Alfonso construía las casas misioneras fuera de los lugares poblados para poder atender con más prontitud a los campesinos brindando así mayor comodidad para acudir a las iglesias de los Redentoristas.

 

Su Obra Teológica

 
        San Alfonso también quería quedarse en esos lugares por medio de la palabra escrita. Quiso alcanzar con la pluma lo que no podía alcanzar con la predicación. El estilo de sus obras está de acuerdo a sus destinatarios, sencillo, directo, de lectura agradable. Escribe en lenguaje popular a fin de que todos puedan entenderlo. Recomienda que las ediciones sean económicas a fin de que los más humildes puedan adquirir sus libros. San Alfonso escribió alrededor de 111 obras. ¡El número de ediciones que alcanzaron la totalidad de sus obras: 20.000 ... en más de 70 lenguas!.
        Lo que busca en todos sus escritos es proporcionar al pueblo caminos de santidad, limpios de cualquier complejidad inútil. Para San Alfonso la santidad es una feliz posibilidad para todo el pueblo creyente y no privilegio de unos pocos perfectos.



Obispo


En el año 1762 el Papa Clemente XIII lo nombra obispo de la diócesis de Santa Águeda. -a los 66 años de edad ya débil de salud cargo aceptado por obediencia y ante la insistencia del obispo pues ya había renunciado a todo cargo jerárquico fuera de la Congregación.

 

Parte  a la Casa del Padre

 
        San Alfonso muere rodeado de sus hermanos redentoristas el 1º de agosto de 1787, a los 90 años de edad, cuando las campanas del convento señalaban la hora del Ángelus al mediodía.
·        Beatificado en 1816.
·        Canonizado en 1839.
·        Declarado Doctor de la Iglesia en 1871.
·        Proclamado patrono de los confesores y moralistas en 1950.
SAN ALFONSO MARIA de LIGORIO es para la Iglesia testigo del Evangelio de la misericordia y un ejemplo de vida que queremos imitar sus seguidores y es nuestro desafío.


   

ALFONSO MISIONERO



Conversión y Voluntad de Dios 


        El recorrido vital de Alfonso, orientado hacia los pobres, puede ser estudiado a la luz de la importancia que él atribuía al "distacco" (desprendimiento) para seguir la voluntad de Dios. Este desprendimiento alfonsiano es una actitud que expresa su experiencia personal de "éxodo" y de conversión. Y esa conversión significaba la convergencia total de su vida con una nueva meta, que ya nunca perderá de vista. 
        El desprendimiento de Alfonso era consecuencia de su deseo de descubrir la llamada del Padre Celestial. Alfonso no era hombre de una idea fija ni adepto de una utopía ideológica. Tuvo que buscar la voluntad de Dios entre los signos contradictorios de su tiempo. Sucesos, personas, sufrimientos, éxitos, sueños, inspiraciones... no bastaban para que él viera claro el camino. Alfonso lo tuvo que discernir en diálogo íntimo con el Señor. Llegará a ser Maestro de la oración, porque sentía la necesidad vital de rezar. Se presentó ante el Señor con todos esos signos contradictorios y, a través de un diálogo de fe, brotaron las decisiones que transformarían su vida y la nuestra. 
        La conversión de Alfonso está resaltada en tres momentos importantes: 
        El primer momento importante de la conversión de Alfonso 
Alfonso abandona los tribunales, gesto que no debe considerarse simplemente como fruto de la amargura por la derrota o el fracaso de la ambición. Es en ese momento, cuando recibe de Dios una iluminación que provocó el desengaño del mundo en que vivía, la desilusión de una sociedad que prometía justicia pero consentía el triunfo de la injusticia precisamente en la sede del derecho. Aunque no debemos esperar de Alfonso un análisis crítico de la sociedad, ciertamente podemos divisar en su espíritu de desprendimiento una sensibilidad crítica originada por la comprensión del ambiente social de su época. Más allá del caso legal, se dio cuenta de la injusticia y corrupción vigentes, que invadían las costumbres, las normas y los valores de la sociedad dominante de su tiempo: "mondo, ti ho conosciuto" (Mundo, te he conocido). 
 

El Segundo Momento Importante de la Conversión de Alfonso 


        Es cuando asiste a los pacientes del Hospital de los Incurables, un momento de profunda intensidad en que oyó pregonar las palabras: "Lascia il mondo, e datti a me" (abandona el mundo y entrégate a mí). Movido por esta voz, corrió al santuario de la Virgen a depositar su espada a los pies de la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes. Un gesto profundo, con el que se separaba del mundo y cuanto él representaba. Fue un momento de apertura del corazón, de génesis de su disponibilidad a ir adonde quiera que el Señor le llevase. 
        El desprendimiento lo iba a conducir al mundo de los espiritualmente abandonados opción real por los pobres.
Abandonados porque eran marginados, no contaban para nada en la sociedad en que él había vivido.

  
El Tercer Momento Importante de la Conversión de Alfonso 
 
        Cuando Alfonso se encontraba en la región montañosa de Scala para un período de descanso. Allí descubrió un  mundo que hasta entonces  desconocía. Allí  encontró la gente a cuyo servicio fue llamado y que serían la preocupación de toda su vida, dedicándose a anunciarles  el Evangelio con todas sus fuerzas:  los espiritualmente abandonados, por ser pobres.
        Y así podemos ver el incentivo de su desprendimiento; fue uno de los elementos de su conversión, éxodo de un mundo, para consagrar su vida a otro mundo. Pasó del desengaño y renuncia total de un tipo de sociedad a la aceptación de otra como lugar de encuentro con Cristo Redentor. 
 

Perpetuar Al Redentor

 
        Alfonso descubrió que la voluntad de Dios referente a él se personificaba en Jesucristo. Jesús era la voluntad encarnada del Padre, la voluntad de amor salvador. Cristo será el centro de la espiritualidad de Alfonso. Cada uno de los momentos de la vida de Jesús será para él una manifestación admirable del amor salvador de Dios.
Pesebre, Cruz, Eucaristía serán los símbolos que tornen manifiesta la fuerza pascual de la Encarnación, de la Muerte y Resurrección, del misterio del Altar que actúa en lo íntimo de la vida de Alfonso. 
        Cristo no es para Alfonso meramente un modelo; existe entre los dos una relación profunda de amor, una especie de identificación sacramental. El vigor misionero de Alfonso crece enraizado en el de Cristo. Como la unión amorosa de Cristo con el Padre florece en el deseo de proclamar su amor a todos, así la unión amorosa de Alfonso con Jesucristo le llevó a desear que todos lo amasen. 
        En el ambiente de los pobres abandonados fue donde Alfonso descubrió que Cristo se había encarnado por él. Y se sintió llamado no a ver a Cristo en los pobres, sino a identificarse con el Redentor que se hizo pobre para que nosotros fuésemos ricos. La opción de Alfonso por los pobres abandonados brotaba de su identificación con Jesucristo, no de un compromiso ideológico con una clase social.
        Para Alfonso, María se presentaba siempre como el modelo supremo de esa "Cristificación" que él buscaba. Era el símbolo del amor misericordioso de Cristo a todos, especialmente los más abandonados. Ella, mejor que nadie, podía suscitar en otros una respuesta a ese amor. 
        Habiendo Alfonso descubierto aquellos a cuyo servicio era llamado, comprendió que todas sus fuerzas y talentos debía dirigirlos a ese único objetivo: los pobres abandonados.
        Alfonso, músico y escritor, escribirá meditaciones y compondrá canciones populares; Alfonso teólogo concebirá la "vida devota" y enseñará a los confesores a ser ministros de misericordia y no de justicia con los abandonados.
        Alfonso rezador inventará un estilo simple de plegaria y la renovación de la misión.
        Alfonso obispo dará de comer a los hambrientos en tiempo de carestía.
Todo en convergencia para la tarea de "evangelizare pauperibus", llevar el Evangelio a los pobres abandonados. 
La opción preferencial de Alfonso por los pobres no admitía exclusiones.
        No rehusó su ministerio a ninguna otra clase: el clero, las religiosas y también los nobles y los ricos. Siempre procuró estar disponible también para esos otros. Pero únicamente en vista de los más abandonados  funda una comunidad apostólica, la Congregación del Santísimo Redentor. 
        Una comunidad destinada a hacer llegar a esa grey la forma de Alfonso de proclamación explícita, profética, liberadora del Evangelio. Debía ser una proclamación que llevara a la conversión, porque está impregnada de misericordia y de esperanza. Alfonso nunca se limitaba a denunciar el pecado; presentaba siempre un proyecto de vida nueva. No se contentaba con suscitar una respuesta inmediata; procuraba estructurar una nueva vida cristiana profunda. Aun no siendo tan consciente de la justicia social como hoy lo somos, no se puede negar que hizo esfuerzos extraordinarios para basar la vida cristiana en la dignidad fundamental de la persona humana. Incluso tratándose de los más sencillos y más pobres. Esa dignidad inalienable de la persona humana, anterior a cualquier diferencia natural o convencional de los seres humanos, resplandece en la teología moral de Alfonso, en la que la santidad de la conciencia personal goza de primacía indiscutible sobre todas las leyes. Y, ¿no es precisamente esa afirmación de la dignidad personal de cada ser humano delante de Dios el primer acto de justicia debido a todos, y la base real de nuestra igualdad y de cualquier otro postulado de justicia social? 
 

Evangelizar a los Pobres

        Alfonso encontró que los pobres tenían un mensaje para él y sus compañeros. En ese sentido podemos entender su insistencia en que los redentoristas vivieran entre aquellos a los que son enviados. Alfonso preveía la ruina de la Congregación si ésta se desarraigaba de los pobres para plantarse en las cortes y en los palacios de la ciudad, que para él eran símbolos de una sociedad que rechazaba. Y eran símbolos poderosos capaces de perturbar las propias posiciones interiores. Lejos de los pobres, la Congregación abdicaría de su misión, porque vendría a perder la sensibilidad hacia aquellos a cuyo servicio fue llamada, aquellos que enseñarían a los miembros de la Congregación lo que significa la salvación para un Redentorista. 
        Alfonso no intentó vivir una vida de solidaridad con los pobres, tal como hoy se entiende. Pero en la conducta de Alfonso tenemos tres hechos claros. Primeramente, hombre rico como era, igual que varios de sus compañeros de la primera generación, provenientes de capas altas de la sociedad de Nápoles, se exigió a sí mismo y a ellos un cambio de estilo de vida realmente significativo. Tal actitud era considerada por él no bajo el aspecto de identificación con los pobres, sino identificación con el Redentor pobre, que dejó todas sus cosas divinas para hacerse uno de nosotros.  
        En segundo lugar, Alfonso buscó siempre el contacto directo y personal con los pobres. Los pobres no eran solamente acogidos; el celo apostólico impulsaba a los misioneros a contactarlos, yendo al encuentro de los más abandonados. Alfonso tomó la iniciativa de fundar una congregación para poder llegar a esos pobres abandonados. Su actitud pastoral era la de actuar, no sólo la de reaccionar. 
        En tercer lugar, Alfonso no eligió una vida fundada en el pauperismo. Su sentido práctico, aliado con el desprendimiento, le llevaba a discernir si los bienes materiales eran efectivamente empleados en ayudar a los congregados a acercarse a los pobres espiritualmente abandonados. Los bienes de la comunidad tenían por fin volver a ésta disponible para los pobres abandonados, a cuyo servicio era llamada. No debían constituir nunca un elemento de separación entre la comunidad y esa gente.
       
 
La Comunidad Apostólica 
 
        Estos aspectos de la vida de San Alfonso van mucho más allá de una mera devoción personal; son signos de una auténtica dinámica espiritual que él dejó en herencia a la Congregación: "Seguir el ejemplo de Jesucristo Salvador, el la predicación de la divina Palabra a los pobres" (Const. Nº 1)- 
        Seguir al Redentor y vivir para los pobres constituyó siempre para Alfonso una única realidad que brotaba directamente de su experiencia viva y vivida. Ese es también el fin único de su Congregación. 
        Pronto cayó en cuenta Alfonso de que el camino para la identificación con Cristo redentor no era una aventura individualista. Para él, fundar la Congregación no significaba simplemente crear un grupo de acción pastoral; más bien, significaba crear una comunidad apostólica que, en su ser y en su obrar, debería constituir una continua presencia salvadora del Redentor. Era la comunidad apostólica, no ya el Redentorista individualmente, quien debía ser un signo visible del Redentor.  
       La comunidad apostólica debería esforzarse por crear en el propio ámbito una atmósfera de mutuo respeto, de recíproca ayuda y de santificación. Convirtiéndose en modelo vivo del Reino de Dios, reino de justicia y de paz.
        (Comunicada 10  - 1 de julio de 1987 -  Reflexión que el Consejo General ofrece a todos los Redentoristas en el Bicentenario de la muerte de San Alfonso, nuestro Fundador. )

  
 San Alfonso: Escritor
       
        San Alfonso quiso alcanzar con la pluma, lo que no podía alcanzar con la predicación, en 111 obras, con 20.000 ediciones, en 70 lenguas.
        El estilo de sus obras está de acuerdo a sus destinatarios, sencillo, directo, de lectura agradable.
        Escribe en lenguaje popular a fin de que todos puedan entenderlo. Recomienda que las ediciones sean económicas a fin de que los más humildes puedan adquirir sus libros.
        Lo que busca en todos sus escritos es proporcionar al pueblo caminos de santidad, limpios de cualquier complejidad inútil.
        Para San Alfonso la santidad es una feliz posibilidad para todo el pueblo creyente y no  privilegio de unos pocos perfectos.

 
Sus Obras Reflejan esta Particular Inquietud:

·        “El gran medio de la Oración”: (la obra más recomendada por él.)
·        “Las Glorias de María.”
·        “El trato familiar con Dios.”
·        “La práctica del amor a Jesucristo.”
·        “Las visitas al Santísimo Sacramento”


ALGUNOS TEXTOS ESPIRITUALES DE SAN ALFONSO


·        “El don de Dios es Jesucristo”
·        “Dios está siempre a tu lado”
·        “A María la comparo al olivo”
·        “La cruz como trono de la Gracia”
·        “El Calvario Monte de los amantes”
·        “El lleva la cruz contigo”
·        “La Gracia abundó más que el pecado”



 

San Alfonso y la Virgen

  
        María, la Madre del Señor, está siempre en la vida de Alfonso.
       Ante ella toma la decisión de dejarlo todo y de hacerse pobre por fidelidad al Evangelio.
        En Scala funda la congregación que coloca bajo su protección.
Bajo su nombre abre las primeras casas predicando todos los sábados en honor de María.
         Pinta en varios cuadros de la Virgen María, que aún se conservan, y le dedica muchos de sus poemas y canciones...
Es difícil encontrar una obra de Alfonso que no hable de María.
        Escribe Las glorias de María, el libro mariano más editado. Obra escrita desde el conocimiento teológico, se destaca la admiración, la ternura y la confianza, según algunos, en ella dice cosas "excesivas",  pero lo hace conscientemente porque sabe que nunca podrá superar el "exceso" de Dios para con la llena de gracia a quien eligió para Madre de su Hijo. Esta afirmación de fe eclesial es la que da seguridad a Alfonso para cantar “las glorias de María “ apoyado en la Palabra de Dios y en toda la teología anterior a él, como afirma en la introducción”: he leído innumerables obras que tratan de las glorias de María”... El no quiere insistir en la gloria como grandeza, sino como ternura de María hacia nosotros. En esto es claro y explícito: " quede para otros autores el cuidado de pregonar las grandezas de María,  que yo en este libro me propongo especialmente tratar de su gran piedad y de su poderosa intercesión".
        Es una obra escrita desde el amor  para promover el amor y la devoción. También lo expresa con claridad desde el comienzo " los devotos de María podrán inflamarse con su lectura en el amor a esta gloriosa Virgen y los sacerdotes, en particular, podrán hallar abundante material para predicar y propagar la devoción a esta Madre ".
        Cuando él escribe esta obra, el jansenismo y el racionalismo trataban  de eliminar todo lo que fuera cálido y cercano, todo lo que hiciese popular el misterio. Querían purificar la fe y exigían dureza, frialdad y distanciamiento, evitando el exceso de "devocionismo" mágico.
        Alfonso parte de una tesis que podía hasta gustar a los jansenistas: vivimos en un valle de lágrimas, de acuerdo, pero no vivimos solos ni condenados a la soledad. Cristo bajó a nuestro valle haciéndose carne en María que es de nuestra misma tierra. Los dos se solidarizan con nosotros para conducirnos a una tierra nueva y a un cielo nuevo. Es el planteamiento de la Salve que él elige para estructurar la primera de su obra.
        Las Glorias de María no son sólo exaltación, al contrario: es el libro que Alfonso escribe para que los creyentes, especialmente los humildes, descubran la grandeza de la humilde María a quien Dios tanto ama y desde ahí sientan la seguridad de que Dios también les ama. Pero hay más: quiere que María pase a ser “ el ejemplo “ cristiano porque sabe que ella, mejor que nadie, se identificó con el Evangelio de Jesús e hizo plenamente suyas las bienaventuranzas.
        Por eso canta agradecida las maravillas de Dios con quienes tienen, como ella, corazón humilde.
        Para Alfonso Las glorias de Maria son la proclamación del amor de Dios que se ha volcado en María haciéndola Madre inmaculada y llevándola consigo a la gloria para continuar siendo Madre intercesora de la Iglesia.
        En la proclamación de los dos grandes misterios marianos, La Inmaculada Concepción y Asunción de la Virgen, la Iglesia tuvo muy presente las aportaciones teológicas de Alfonso.
        El ha contribuido, también, a hacer posible esta afirmación del Concilio Vaticano II: "la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora ", sin restar nada a la eficacia de Cristo, "único Mediador"  (LG 62), Abogada, intercesora y mediadora son los títulos que más repite Alfonso a lo largo de sus obras y de su vida. Y más adelante, después de su muerte, en su iglesia de Roma se venerará el icono del Perpetuo Socorro que sus misioneros redentoristas han extendido por todas partes. 


SAN ALFONSO Y LA ORACIÓN

  
        A San Alfonso se le conoce como el doctor de la oración porque su obra es una oración continua.
 
Entre sus bellísimas obras:
 
    • El gran medio de la oración y el Trato familiar con Dios.
    • Las Visitas al Santísimo Sacramento la más popular de todas
La oración en Alfonso es un mundo rico, amplio y fascinante, tanto teológica como antropológicamente: es la afirmación más profunda de ser y sentirnos hijos en comunión con el Padre, es la manifestación gozosa de que " El Espíritu grita en nuestro interior con gemidos inefables"  (Rom.4,16 )  es, a la vez, el descubrimiento personal de que somos criaturas pobres y menesterosas, es diálogo, acción de gracias, culto y toda una manera de ver el mundo de forma transparente.




Apertura de espíritu.
 
        El Espíritu ocupa un lugar destacado, en la oración de San Alfonso, a pesar de que  la época  “no era propicia”.
        Resulta extraño hablar así, pero, en Nápoles, por esa época había tomado cuerpo el quietismo condenado recientemente por la Iglesia  y se multiplicaban los  "visionarios “ surgidos de una “ devoción “ pobrísima empeñada en presentarse como oráculo del más allá....
        A pesar de eso, se abre plenamente al Espíritu para dejarse llenar por El porque, escribe, es “ el don del amor que el Señor derrama en nuestras almas, que es el más precioso de los dones “ y porque es el don supremo que el Padre del cielo da a los que se lo piden “ (Lc 11,13).
        Partiendo de esta “ consideración previa” escribe su Novena del Espíritu Santo y lo hace, afirma, porque fue “ la primera que celebraron los apóstoles con María... y en la cual recibieron tantos y tan maravillosos carismas y muy especialmente el don del mismo Espíritu que Jesucristo nos mereció con su Pasión  “ ; es El “ quien derrama sin cesar todos los beneficios sobre el mundo “ ; es El “ quien colma de inmensos favores el alma de María, Madre de Dios “ dándonos en ella a Cristo; y es El quien se da a la primera Iglesia en oración llenándola de carismas.
 

La Oración Para Alfonso es Culto Litúrgico.
 
        Apenas se ha insistido en este punto que consideramos importante. No vamos a detenernos, pero baste este dato para confirmarlo: en 1.774 publica una obra significativa, la Traducción de los salmos .” Muy avanzado para su tiempo, tiene la conciencia de que el latín es un obstáculo para la oración “ y de que la Vulgata, garantizada por Trento, “ no es para él un fetiche”. Histórica y lingüísticamente esta obra del siglo XIII es importante; pero lo es, mucho más, por lo que significa de aprecio a la Palabra de Dios y de revalorización de la misma como celebración cultual.


La Oración nos Descubre la Necesidad de Dios.
 
        Acaso el tema más querido de Alfonso. En otras palabras, la oración nos descubre la necesidad de Dios en nuestra vida, la urgencia de abrirnos a El para que nos arranque  de la soledad y, sobre todo, es el gran medio para dialogar, tratar y conversar familiarmente con Dios, como prefiere decir él, hasta el punto de hacerlo título de una de sus obras.
 
La Oración nos Abre a la Belleza de Dios Creador y de su Obra la Naturaleza
 
        Alfonso es discípulo de santa Teresa, a quien llama madre, y de san Juan de la Cruz. En ellos, acaso, aprendió a ver en la naturaleza un sacramento luminoso de la presencia de Dios: “!Oh Dios y Señor mío¡ cuantas cosas veo sobre la tierra y encima de ella, me gritan y convidan al amor “ (Práctica del amor a Jesucristo). “ Cuando miréis los ríos y arroyos, pensad que de la misma manera que aquellas aguas corren hacia el mar sin detenerse nunca, así debéis correr vosotros hacia el Dios que es nuestro único bien (El trato familiar con Dios).”


La Oración es Visita y Encuentro de Amistad con Cristo Presencia y Eucaristía.
 
        Es uno de los aspectos más conocidos de su enseñanza espiritual y más asumidos por el pueblo. En esta obra consagró todo un estilo de oración y contemplación dentro de la Iglesia.


Oraciones de San Alfonso

        Amor sin medida, te abrazaré y jamás me soltaré. Viviré y moriré fundido a Ti, y ni la vida ni la muerte me arrancarán de Ti.
La fuerza de tu cruz quebranta mi dureza, pues por mí también hiciste lo que hiciste por la salud de todos.
Me pregunto quién fue tan poderoso que te movió a morir ajusticiado, y no encuentro más causa que el amor.
Por eso yo te elijo como mi único dueño.
AMEN 

        Amado Redentor, si me hubieras permitido pedirte la mayor prueba de amor, jamás se me hubiera ocurrido pedirte que nacieras niño.
Pero Tú hiciste lo que yo nunca me hubiera atrevido ni a pensar.
Viniste para llamar al pecador, y yo no soy precisamente un justo; a curar al enfermo, y yo tengo necesidad de médico; a buscar al que se había perdido, y yo camino errante.
Oh Señor, refugio de los pobres, ¿cómo voy a temerte?
Sólo temo mi debilidad, pero esta pobreza mía me aproxima a Ti, que te hiciste cercano como un niño”.
AMEN 

        Jesús, mi Salvador, ya que diste la vida por salvarme, graba tu dulce nombre en mi memoria, imprímelo Tú en mi corazón, y que no se me caiga nunca de la boca.
Si me enfrió en tu amor, que tu nombre me anime.
Que me sostenga firme cuando la tentación me asalte.
Que cuando esté afligido tu nombre me conforte.
Que él sea mi refugio, mi escudo, mi esperanza y consuelo.
Y que acabe mis días invocando tu nombre”.
AMEN 
        Padre bueno, yo no te pido bienes de la tierra, sino luz para mi entendimiento, a fin de comprender qué grande es tu bondad.
Nunca me cansaré de darte gracias, por el don de tu Hijo.
Gracias por su preciosa sangre, gracias  por su amorosa muerte.
Yo no te pido los bienes de la tierra, sino los frutos de su Redención:
Si soy débil, dame fortaleza; si mi alma enferma, sánala con tu perdón.
Dame tu amor y la constancia en él.
Concédeme el consuelo de acabar mi vida con la confianza de pertenecerte”.
AMEN 


San  Alfonso y la Teología Moral
  
        Desde niño Alfonso aprendió de su madre la fealdad del pecado, que merece el infierno y apenas el corazón de Dios Padre, no hizo paces con pecado alguno; nunca fue el vencido por un pecado mortal.
        Sacerdote ya y misionero, Alfonso se sintió caballero andante contra el pecado en sus hermanos los hombres. Para el, un alma en pecado es una casita con un elefante dentro. Estaba Alfonso en la pleni­tud de sus sesenta años cuando predicó a los universitarios de Nápoles; háblales del pecado con tal fuerza, que muchos de ellos comenzaron a llevar cilicio y a disciplinarse todas las semanas.
        No era Alfonso un obseso del pecado; no se ponía a inven­tarlo donde no lo había. Le hemos visto, en su primera acción en el campo de la moral cristiana, suprimir un fantasma del pecado, logrando que la blasfemia contra los muertos no fue­ra ya catalogada pecado mortal. Atrevido defensor de la Concepción Inmaculada de María, cuando no era aun dogma de fe y contribuyendo mucho a que pronto lo fuera, al celebrar a la Sin Pecado, traía hacia la Iglesia y la humanidad un aire fresco de paraíso. ¡Que bien si en todos los mortales se hubiera repetido tanta belleza!
        Por desgracia, la presencia devastadora del pecado en el hombre, ¡elefante en casa!, es evidencia tan triste como inne­gable. Alfonso lo supo demasiado bien en sus interminables horas de confesionario. Nunca se dedicara a la morbosa ale­gría de "descubrir" pecados: "No me explico la facilidad con que, a veces, se califican de pecado mortal algunos actos", denuncia en las páginas de su Instrucción al pueblo. Y no se rendía a lo contrario así como así. En esa cuestión de la maldición a los muertos, cuatro veces volvió a bajar al campo de lucha para mantener su parecer de que esa injuria a los muertos no era pecado mortal. Sus misionados de la Apulia se lo agrade­cieron, aunque a la par aceptaron que aquella expresión, tan repetida en sus enfados, no les honraba en nada.
        Este y otros muchos casos había ido anotando en su cuadernillo de bolsillo; casos y cosas de moral viva de tantos y tantos que, en las iglesias misionadas, ponían su alma sangrante en las manos del confesor. Vuelto al convento, iba entrenando en aquella moral viva a los estudiantes que se preparaban para misioneros. Ya había pasado el tiempo en que los alumnos de teología solamente oían de moral los grandes principios englobados en la teología general. Desdoblada de la teología dogmática, la teología moral se había ya constituido en asignatura aparte. Grandes tratadistas, en particular los carmelitas salmanticenses, levantaron muy alta la teología moral cristia­na del siglo XVII.
        De esos grandes autores, el jesuita alemán Busenbaum extrajo el meollo y lo sirvió a los estudiantes en un libro manual que hizo furor: 200 ediciones en menos de doscientos años. El libro cayó en las manos de Alfonso cuando este andaba por los cincuenta años; a las márgenes de este libro pasaron todas las notas de su cuadernillo de bolsillo. Para ponerlo en manos de sus estudiantes, hizo una edición con todos sus añadidos. El titulo, según costumbre de la época, es largo y detallado; traducido del latín, se transcribe: "Meollo de la Teología Moral del R. P. Hermann Busenbaum, de la Compañía de Jesús, con anotaciones del R. P. Alfonso de Ligorio, Rector Mayor de la Congregación  del Santísimo Salvador, añadidas después de las exposiciones o capítulos de dicho autor, donde ha parecido necesario, con llamadas de letras colocadas en orden alfabético. Al fin del libro van las proposiciones condenadas, como también las encíclicas y decretos referentes a la moral del Papa reinante Benedicto XIV, todo lo cual se anota en su propio lugar y en los copiosos índices, para use de los jóvenes de dicha Congregación. Obra dedicada al Rvdmo. Sr. D. José Nicolai, Arzobispo de Conza. Nápoles, 1748. Imprenta de Pellecchia".
        Desde el titulo de su libro, Alfonso luce las dos cualidades de su estilo de escritor, cualidades que quiso expresamente bri­llaran igual en sus libros científicos que populares: claridad y sencillez. El mismo lo bautizo: "mi estilo fácil". Pero nadie se engañe: la facilidad alfonsiana es producto de muchas eva­luaciones y revisiones. No olvidemos que es autor de una brevísima gramática del italiano. Y que en su análisis literario llega a distinguir hasta siete componentes que ha de tener el exordio o principio del sermón. Solo a base de rumia y lima logro escribir paginas ejemplares. Hasta poder decir, sin disminuir un gramo su humildad de santo: "Si no me equivoco, el que estudie atentamente este libro no tendrá necesidad de mucho tiempo ni esfuerzo para tener un conocimiento mas que mediano de la Moral".
        El público le dio la razón; una tras otra, las ediciones de su Teología  Moral se fueron sucediendo en vida suya, a ritmo insospechado:

-    1edición, 1748;
-    2.a, 1753;
-    3.a, 1757;
-    4.a, 1760;
-    5.a, 1763;
-    6.a 1767;
-    7.a 1772;
-    8.a 1779;
-    9.a, 1785.
 
        Pero esta 9ª edición se parecía a la 1ª en el espíritu, y nada mas; hasta el titulo había cambiado: ya no era la medula del padre Busenbaum, sino la "Teología  Moral del Iltrmo. y Rvdmo. Sr. D. Alfonso de Ligorio, obispo de Santa Águeda y Rector Mayor de la Congregación  del Santísimo Redentor". Si en la primera edición todo cabía en un tomito, en la segunda precisaba dos tomos normales y en la tercera iba en tres volúmenes tamaño folio; pero si en esa tercera edición los tres tomos sumaban 836 paginas, en la octava ya eran 956 paginas en el mismo tamaño folio. En la novena edición, el editor, ¡al fin!, dio gusto al autor y redujo el tamaño del formato, con lo que las paginas pasaron de las 1.500.
        Al tener en sus manos la octava edición, Alfonso, anciano de ochenta y tres años, repitió el gesto del evangélico Simeón: alzando el libro hacia el cielo, le dijo al Señor que ya podía llevarle en paz. Edición a edición había ido transformando aquellas primeras anotaciones a Busenbaum en el texto del curso mas completo de Teología  moral, "recibida con aplauso -lo atestiguara el mismo Alfonso- en Roma, en España, en Alemania y aun en Francia".
        Cuando el libro le fue creciendo entre las manos hasta adquirir aquella magnitud considerable, Alfonso pensó si no estaría fallando su propósito inicial de libro de entrenamiento para los jóvenes eclesiásticos en el ministerio de la reconciliación de las conciencias y en su dirección hacia la meta de la salvación. Y volvió a empezar. Con sesenta años cumplidos se puso a resumir los tres libros grandes en tres pequeños y los lanzo al mercado con el titulo de Instrucción y practica para los confesores, pero escritos en italiano en atención a los reacios al latín. Su editor veneciano le pidió que lo pusiera en latín para poder saltar las fronteras. Así broto el Homo Apostolicus, autentico libro manual de Teología  moral, que pronto fue traducido al alemán. Viviendo Alfonso, en italiano tuvo trece ediciones, cinco en latín  y dos en alemán. ¡Ah!, pero ni con estos libros grandes ni con los otros pequeños ganó jamás un céntimo; si el editor, ¡que menos podía hacer!, le enviaba unos ejemplares de regalo, Alfonso se deshacía en muestras de agradecimiento.
        Alfonso empezó a escribir de moral sin situarse en un sistema definido; presintiendo que los lectores se lo iban a exigir, en la primera edición se remitió a "doctores tiene la santa madre Iglesia". Cuatro eran los sistemas de moral vigentes entonces: el rigorista y el laxista, casi fuera de borda de la nave de la Iglesia, y el probabilista y el probabiliorista, dentro de ella. Ya sabemos que los libros de moral que pusieron en manos de Alfonso estudiante de Teología  se alineaban en el bando probabiliorista: solo es bueno lo hecho siguiendo la opinión más probable, más segura. La experiencia llevo pronto a Alfonso a desmarcarse de este sistema, por inhumano y neutralizador de la voluntad salvífica general de Dios. ¿Quien podía llegar a la salvación por ese camino?
        Alfonso comenzó una búsqueda apasionada de esa clave de la mo­ral práctica. Advirtiendo que la fuente del rigorismo era exigir siempre, para obrar bien, la certeza, rechazando la probabilidad, investigo durante más de un año, y al cabo de el salió al ruedo con una disertación magistral de puro rigor discursivo Sobre el uso moderado de la opinión probable. Fue solo el comien­zo del hallazgo. Siguió leyendo, consultando, discutiendo, con­trastando con la realidad. Nada menos que diez veces mas tuvo que volver a tratar el tema en publicaciones aparte. A los casi treinta años del primer ensayo, tuvo la sensación del total descubrimiento, y lo patento: equiprobabilismo. Su síntesis podría ser: a falta de certeza, siendo mas o menos igual el grado de probabilidad a favor de la libertad personal y a favor de la ley mandante, la libertad personal es, por lo menos, tan importante como la ley; no debe, pues, forzarse a nadie a seguir la opinión mas segura en favor de la ley cuando la opinión por la libertad personal es tan probable como aquella.
        No se llevó de calle a todos los moralistas, no; pero muchos si que dejaron su posición para pasarse a la de Alfonso. Entre sus contrincantes, más de uno expreso su extrañeza de verle llevar una vida tan costosamente Santa y propagar una moral cristiana tan poco dura. Fue la ocasión para aclarar: "Por lo que a mi personalmente me toca, con la ayuda de la divina gracia, me esforzare en seguir lo mas perfecto [no lo olvidemos: tenía voto de hacer siempre lo mas perfecto y agradable a Dios]; pero obligar a todos a abstenerse de seguir toda opinión que no sea moralmente cierta en favor de la libertad, y esto bajo amenaza de negarles la absolución, creo que no es licito. Para no exponer a muchos al riesgo de cometer numerosos pecados formales, no debe forzarse a nadie a seguir la opinión mas segura cuando la opuesta es igualmente probable".
        Mas de un amigo suyo, sinceramente amigo y sinceramente piadoso, le llamó la atención sobre la condenación eterna a que se exponía con moral semejante, y de nuevo se sintió forzado Alfonso a dar un testimonio autobiográfico, precioso para nosotros: "Hace varios meses que estoy enfermo; fácilmente esta enfermedad me llevara a la tumba. Suele decirse que, al sentir cerca la muerte, solemos hablar de modo distinto. Declaro que no siento resquemores de ninguna clase por el sistema moral que he defendido; los tendría si, para guiar a otros, me hubiera atenido al rigorismo". Y fundamenta esa su seguridad de conciencia en que los principios en que basa su moral son conforme a razón y, al mismo tiempo, admitidos por el conjunto de teólogos antiguos y modernos.
        No fue un moralista autodidacta; para escribir un folleto cualquiera de vida espiritual leía montones de libros. Empre­sa imposible el contabilizar los que leyó para componer sus grandes libros de moral; alguien, quizás con exageración, ha llegado a decir que, leyendo a San Alfonso, se tiene noticia
de todo lo que se ha escrito sobre esa materia que el esta exponiendo.
        Toda la moral alfonsiana, es de carácter práctico; no se pre­ocupaba de inventar la moral para los habitantes de la luna, si un día llega a haberlos. Pero si le importaba, por ejemplo, el aparentemente inocente contrato entre dos personas o entes humanos en que se advirtiera una inmoralidad. Y otros por­menores de la vida moral de los hombres.
        Al cristiano, el lo quería bueno con doctrina, pero no una doctrina pura especulación cerebral, olvidada de las sombras y los gozos de los hombres concretos. Cosa rara en los famosos: su constante proyecto no fue subir más, sino bajar, bajar. Para promocionar al cristiano mas necesitado no desdeñara publicar folletos enseñando a los sacerdotes jóvenes a iniciarse en el ministerio sacramental de la reconciliación, y, aún mas par­ticularmente, como desenvolverse con la gente del campo, los moribundos o los condenados a muerte.
        Porque es ahí, en la aplicación individual de la redención de Cristo al pecador, especialmente en el sacramento de la penitencia, donde quiere operar Alfonso moralista: "Llora la Iglesia viendo como muchos de sus hijos se pierden por culpa de los malos confesores", mientras "tendrán ciertamente grande recompensa y el cielo asegurado los buenos confesores en­tregados a la salvación de los pecadores", anota Alfonso en la introducción a la Practica del confesor. Ya en la primera pagina le dirá al sacerdote confesor como es padre, medico, maestro y juez en una pieza. No solo juez y medico, también padre y maestro de los que vencieron el pecado y vuelan por las alturas de la perfección. "Ningún confesor ni director espiritual debe ignorar el tratado Práctica del confesor de San Alfonso Maria de Ligorio, donde esta recopilada toda la doctrina mística y ascética de Santa Teresa de Jesús, de San Francisco de Sales y del mismo San Alfonso", concluyo el Congreso Teresiano de Madrid del año 1923.
        En constante dialogo con los libros, la vida y Dios, buscando apasionadamente la verdad, Alfonso lograra formular la moral que la Iglesia hará suya. Tras su muerte, Alfonso re­cibirá de la Iglesia una primera aureola de Santo; mas tarde, una segunda de Doctor. Le faltaba una tercera, y el Papa Pió XII se la imponía el 26 de abril de 1950: "Con la plenitud de nuestra autoridad apostólica, elegimos y constituimos a San Alfonso María de Ligorio celestial Patrono ante Dios de todos los moralistas y confesores".

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